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Literatura Santafesina

Memorias del General José María Paz

El general Paz preso en Santa Fe*
Selección de fragmentos de sus memorias
: Sonia Catela

-“A la noche llegamos al Sauce, primer lugar habitado de la provincia de Santa Fe, y a diez leguas de la capital. Es una población de indios abipones reducidos. Continuamos nuestra marcha y habiendo pasado en canoas el paso a Santo Tomé, en el Salado, que estaba extraordinariamente crecido, llegamos a las 4 de la tarde a Santa Fe” (p.221)
“Qué mutación tan violenta la de mi estado… del poder a la dependencia más absoluta (p.223)

-“Fui recibido por el ayudante Oroño, que regenteaba el edificio conocido por la Aduana, que está también la Casa de Gobierno, y que sirve al mismo tiempo de cárcel, de cuartel, de depósito de indios e indias, de almacén, parque, proveeduría, etc. (p.222)

-“Larrachea ejercía el gobierno por delegación de Estanislao López, no siendo, en propiedad más que secretario; las resoluciones gubernativas las autorizaba entonces Juan Maciel, que era ministro interino, y el cual no obstante de esta pomposa investidura tenía que venir todas las mañanas bien temprano a barrer personalmente la sala del despacho, (…) fregar los candeleros que habían servido la noche anterior y acomodar esos utensilios, para entrar enseguida en sus funciones ministeriales.
Domingo Cullen era el alma de todo y me expresó francamente que él dirigía la política del Gobierno y que influía en López exclusivamente”. (p.229)

-“El domingo 30 de octubre por la mañana entró a mi habitación el criado que me servía para decirme que acababa de oír que muchos de los presos que habían ido en la goleta “Uruguay” habían sido fusilados en San Nicolás; efectivamente, así había sucedido. (…) Todos ellos habían sido arrestados en Córdoba hacía cinco meses, habiendo sido conducidos desde allí a Santa Fe y luego a San Nicolás, muchos con gruesas barras de grillos y todos sufriendo las incomodidades de una rigurosa prisión. (…) El 28 de octubre de 1832 fueron fusilados del modo más cruel en la ciudad de San Nicolás diez oficiales o ciudadanos distinguidos, y otros dos, conducidos al pueblo de Salto, sufrieron la misma pena. Ésta se perpetró sin forma alguna de juicio, sin que se oyese descargo a los acusados y sin que sospechasen su sacrificio hasta el momento de verificarse. Una simple orden reservada de Rosas al comandante Ravelo, de San Nicolás, los llevó al suplicio en cuatro horas de término. (…) Orden de
Rosas, subalterno de López, por cuanto López era general en Jefe de la dicha confederación”. (p.234-235)

-“Así es que me decía en Santa Fe un joven de las primeras familias (don Francisco Latorre) que me hacía de centinela: “Nuestro gobernador es muy bueno, pues jamás ha fusilado a nadie por criminal que haya sido, excepto el comandante Ovando que fue ejecutado en medio de este patio (y me señalaba el lugar)… (p.235)

-“Pasé muchos meses amargos. (…) La lectura era mi sola distracción pero era dificilísima en un país donde se carece de libros; es portentosa la falta que hay de ellos; sólo puede explicarse por la total
desaplicación que reinaba en todas las clases. A imitación de don Estanislao López, todos llevan una vida medio salvaje y puramente material; lo que es raciocinio y entretenimiento intelectual estaba desterrado de aquella ciudad. (Otoño e invierno del año 33). (p.240)

-“…el teniente Freire, sobrino del gobernador, fusilado el año 40, por don Juan Pablo López, por partidario de nuestra causa ...Francisco Solano Cabrera, fusilado más tarde bárbaramente en los Santos Lugares… Aquel famoso Zeballos, que boleó mi caballo cuando fui hecho prisionero y a quien fusilaron los Reinafé”… (p.237, 241, 261)

-“Se acostumbra aplicar azotes a algunos facinerosos, principalmente a los ladrones cuatreros o de vacas (…) y la madrugada era siempre la hora de estas ejecuciones. El modo consistía en amarrarlos a la reja de una ventana, de muchas que tiene el edificio que se llama Aduana, y allí, al tiempo que el tambor tocaba diana, aplicarles dicho castigo (…) precisamente las que cuadraban debajo de la habitación mía, de modo que yo participarse, en cierto modo, del castigo que se infligía a los ladrones; (…) era horrible (…) el infernal ruido que hacían los golpes del látigo, los gritos del paciente, las cajas y la algazara de los ejecutores”. (p.244)
-“En la mañana del 13 de octubre, si no me engaño, del año en que va mi relación, que es el ‘33, luego que quitaron los cerrojos de mi calabozo, el muchachito que me servía y a quien yo pagaba para ello, entró despavorido para decirme que la indiada ha acometido las quintas inmediatas causando una mortandad horrorosa; que las gentes de los suburbios corrían en tropas a refugiarse en el centro de la ciudad y que el Gobernador había venido a la Aduana y se preparaba a salir con fuerza para resistirles. (…) Yo mismo alcancé a ver por una ventanilla de un cuarto inmediato al mío que daba al campo, mujeres que corrían con sus atados, en que llevaban lo más precioso que tenían para salvarlo. La Aduana había salido de su habitual quietud; no se veían sino hombres armados que
salían de los almacenes, que al efecto se habían abierto. Regularmente era esa la manera de expedicionar que tenía López. Cuando era urgente preparar una fuerza, ocurrían por armas los gauchos voluntarios, de que se hacía seguir y se las daban sin cuenta ni razón”. (p.245)
-“López (…) empezó a hacer personalmente algunas incursiones en el Chaco, más o menos como las que los indios hacen en los poblados. De allí que se trajeron algunas docenas de indias con muy pocos indios, porque los demás habían sido muertos. A dichas indias se las depositó en la Aduana, receptáculo de cuanto hay de más opuesto. Allí tenían un salón bajo, sumamente inmundo, donde se las encerraba por la noche, dejándolas todo el día vagar por el patio; su vestido no era otro que una jerga o un pedazo de cuero envuelto que les cubría desde la cintura hasta las rodillas, presentando de ese modo la Casa de Gobierno el espectáculo más asqueroso y chocante. Pero él servía algunas veces de recreo a S.E. el Gobernador. En varias ocasiones lo vi salir a la baranda para presenciar escenas de pugilato que representaban las chinas, saliendo de dos en dos como en un duelo y dándose con el mayor encarnizamiento sendos golpes de puño en el pecho y en el rostro hasta cubrirse de sangre y quedar bien estropeadas; cuando esto sucedía, las contendientes acortaban su
chiripá, de modo que sólo ocultaba la parte del cuerpo que hay desde la cintura hasta más arriba de la rodilla; cuando S.E. había gozado del placer que le ofrecían estos gladiadores de nuevo género, tiraba una peseta a la india más vigorosa y se retiraba muy satisfecho. (…) y alguna vez una contendiente dejaba escapar el chiripá porque con los golpes y contorsiones se reventaba la correa que lo sostenía y quedaba completamente desnuda. entonces se dejaban oír los estruendosos aplausos y subía de punto la alegría. He sido testigo ocular de estas y otras escenas semejantes, que por de poco gusto que fuesen, hacían un paréntesis a la insoportable monotonía de mi vida”. (p.246)
-“Un domingo por la mañana alcancé a ver un indio con una gruesa barra de fierro, a quien encerraban en la Alcancía, que era un cuartito de algunos pies que quedaba debajo de la escalera principal y cuya puerta alcanzaba a ver desde mi calabozo. Otros dos robustos salvajes, cuya fisonomía y ademanes manifestaban suma consternación, fueron conducidos sin prisiones al corredor alto y luego al cuarto del ayudante, adonde vi entrar al cura de la ciudad, doctor Amenábar. La venida de un sacerdote, la preparación de una fuente de agua, la compostura y solemnidad que daban a la ceremonia los pocos actores que intervenían, me hizo creer que se trataba de un acto religioso. Efectivamente era así; los indios fueron bautizados para ser entregados a la muerte ese mismo día. Como a las cuatro de la tarde se presentó una partida de los indios del Sauce a la puerta de la Aduana, de los que yo mismo vi tres o cuatro que entraron al patio, a la que fueron entregados los tres indios bautizados recientemente. La partida se marchó y luego que pasó el Salado lanceó sin
cumplimientos a los dos indios que no llevaban prisiones, reservando el de los grillos (…) que fue entregado a las indias mujeres y muy particularmente a la venganza de la india cuyo padre había muerto a manos del padre del que se iba a sacrificar. (…) Ellas aseguraron al desgraciado fuertemente a un poste, lo hincaron primero con agujas y puntas de fierro, le cortaron vivo las orejas y las narices, lo castraron y martirizaron sin piedad hasta que murió en horribles tormentos. (…) Lo
admirable es que este hecho público, de entera notoriedad, no excitaba horror ni produjo censura, ni el menor signo de reprobación, al menos entre la gente con quien yo trataba, que eran los militares. Después he hablado con personas que pertenecían a una clase más distinguida y he tenido motivos de creer que tampoco a ellos les hizo desagradable sensación (p.248-9)
-“Ladrones: avisados que esa noche era la destinada (…) para el robo, se mandaron emboscar dos partidas en los sitios convenientes, de modo que no pudieran escapar los ladrones, o mejor diremos, Verón, que era el único al que querían sacrificar, acaso porque era forastero (correntino). Viéndose éste sentido huyó y dio con una de las partidas que mandaba el juez civil don Urbano Iriondo, la que lo hirió, capturó y amarró fuertemente; en ese estado se hallaba cuando llegó el ayudante José Manuel Echagüe, el cual sacando entonces su espada, lo atravesó en varias partes hasta concluirlo. Al día siguiente estaba el cadáver en los portales del Cabildo a la expectación pública. (…) Echagüe ocupaba un lugar distinguido: pertenecía a una de las primeras familias, era de lo más adelantado en maneras y cultura (…) Pues este mismo Echagüe me refirió, sin el menor empacho y más bien con el
tono de jactancia, (…) lo que había cometido, contentándose con añadir que lo había hecho porque conoció que ésa era la voluntad de López. (p.250)

-“Era domingo 6 de abril del ‘34, día de Pentecostés. Serían como las cuatro de la tarde y el ayudante Echagüe que acababa de entrar al patio de la Aduana trayendo dos manos humanas frescas aún, de alguno que acababa de morir, y a quien se las habían cortado; estas manos eran de un indio a quien habían muerto ese día y las traía con el (...) pretexto de preguntar a las indias si conocían por las manos al que las había llevado en vida. (...) Con el mismo fin vi otra vez pasear por el patio de la Aduana una cabeza que acababa de ser cortada a otro indio que traía un joven por los cabellos al que seguía una larga comitiva de muchachos ((p.253-54)

-“Mi madre estuvo con López después de que salió de mi celda y nada agradable o consolatorio le dijo. El gaucho hacía alarde de su incivilidad con las señoras sin embargo que era uno de los hombres más disolutos que pueden darse, atendida su edad, su posición social y su estado, pero en lo común, con las de la última plebe, y más que todo, las indias, los ídolos ante quienes quemaba sus inciensos. (p.255)

-“Algunos meses antes de marzo del ´35, a eso de la medianoche, que era bien oscura, en una pequeña azotea que quedaba en el ala opuesta del patio a la que yo habitaba se oyeron unos quejidos tan penetrantes y dolorosos acompañados de algunas expresiones suplicatorias que no me
quedó duda que eran de alguna persona a quien le daban la cuestión del tormento. Por el modo de expresarse y por la familiaridad con que el doliente trataba al ayudante ejecutor a quien tuteaba, inferí que era persona de distinción. Después de algunos minutos de tortura, cuando el paciente decía que ya iba a declarar, cesaba el tormento y los lamentos, a los que sucedía un murmullo que no podía entender; más luego volvía a sufrir la víctima y empezaba otra vez a quejarse amargamente. Duraría esta escena de horror tres cuartos de hora, pasados los cuales, todo quedó en silencio, y no oí más ruido que abrir y cerrar puertas, por varias veces, sin que por esa noche pudiese adelantar nada sobre el asunto. A la mañana siguiente, supe que la víctima había sido don Clemente Zañudo, (más tarde asesinado en Buenos Aires por la mazorca) joven distinguido de Santa Fe y la causa de su martirio fue la siguiente:  Habiendo concluido el término legal del gobierno de López se trataba de
la elección o mejor dicho de la reelección, porque era sabido que ningún otro sería gobernador, sino él; aquel año se le ocurrió renunciar el nombramiento después que fue reelecto; la Sala de Representantes insistió, y él se empeñaba en rehusar, lo que causó alguna indecisión y embarazo. En estos momentos aparece un pasquín apostrofando a los Representantes de hombres pusilánimes e irresolutos, y diciéndoles que eligiesen otro, pues había muchos santafesinos dignos y capaces de obtener el gobierno. Aquí fue Troya. El hipócrita mandón montó en furor, y en su frenético delirio se le ocurrió que Zañudo debía por los menos saber quién era el autor del pasquín. Se le llama, se le interroga, niega, se le amenaza y no se tiene mejor resultado; entonces enlazando sus dos puños en una cuerda corrediza sobre una viga que está en lo alto, se le suspende hasta quedar su cuerpo en el aire, gravitando con todo su peso en los puños y en la cuerda. Cada vez más se va haciendo más intolerable esta posición, hasta que le causa acerbos dolores y casi le disloca los brazos. Las interrupciones que yo notaba, provenían de que en lo más agudo de sufrimiento ofrecía hacer revelaciones de lo mismo que ignoraba, y entonces se aflojaba la cuerda y se le permitía hacer pie; mas cerciorado López, que en persona presidía la ejecución, de que nada adelantaba, volvía a empezar la tortura. Al día siguiente, el Zañudo y don V. Francisco Benítez tuvieron orden de salir de la provincia y se fueron a Buenos Aires, donde el primero, seis años después, halló una muerte trágica”. (p.262)

………..
*El general José María Paz cayó prisionero de las fuerzas de los Reinafé, aliados de Estanislao López, el 10 de mayo de 1831, en la provincia de Córdoba. Se lo trasladó a la ciudad de Santa Fe, donde vivió un cautiverio de cuatro años; trasladado a Luján permaneció preso otros cuatro años más.

Lina Beck - Bernard

Lina Beck-Bernard.(1824-1888)

Escritora francesa (alsaciana). Casada con Carlos Beck, colonizador suizo, vino al Río de la Plata en 1857 y vivió en Santa Fe hasta 1862. Ese año volvió a Europa y pasó en Lausana el resto de sus días, dedicada al cultivo de las letras y al estudio de cuestiones sociales. Escribió dos libros de temas argentinos: “Le Rio Parana, cinq années de séjour dans la République Argentine” (1864) y “Fleurs des Pampas” (1872). El primero ha sido traducido al castellano con el título de “Cinco años en la Confederación Argentina (1856-1862)” por J L Busaniche, 1935. Lina Beck-Bernard, vinculada a eminentes escritores franceses, colaboró en La Reveu des Deux Mondes.
...
Lina Beck-Bernard residió cinco años en el país, observó sin prisa sus costumbres, se vinculó desde un principio al medio social en que vivió, supo ver con ojos de artista el color de la época, captó la poesía de las cosas viejas, anotó datos históricos valiosos, fijó tipos y caracteres, recogió leyendas y tradiciones, para escribir este libro (Cinco años en la Confederación argentina) que representa el más bello y fino homenaje a la tierra que fue con ella hospitalaria y cordial” escribe José Luis Busaniche en el prólogo.
“Había nacido Lina Beck-Bernard (1824) en un pueblecito de Alsacia, Bitschwiller, cerca de la ciudad de Than, en el Alto Rhin. Pertenecía a una antigua familia protestante, afincada en la región. Su padre –ingeniero de una fábrica- fue asesinado por un obrero. (...) Creció en un ambiente austero y taciturno. El abuelo materno, de apellido Berger, hombre de vasta cultura, se ocupó de su educación. (...) Inició a su nieta en el latín, el griego, las ciencias y el dibujo. La familia se trasladó a Basilea y de allí a Lausana, en 1840, cuando Lina tenía 16 años. El movimiento liberal y democrático que germinaba en Europa influyó poderosamente en el espíritu de la joven, quien (...) empezaba a preocuparse por los problemas sociales de la mujer. (...) Se inició en las disciplinas del derecho penal y adquirió, muy pronto, una seria versación en todo lo referente a los sistemas penitenciarios.
En 1852 contrajo enlace con Carlos Beck, ciudadano de Basilea, hombre de empresa (...).
Ese mismo año se produce en el Río de la Plata uno de los hechos más capitales de su historia: el general Urquiza triunfa en la batalla de Caseros y derriba la dictadura de Rosas. El vencedor procura, de inmediato, fomentar las corrientes inmigratorias. No tarda en formarse en Basilea la Sociedad Beck, Herzog y Cía, para contribuir al movimiento inmigratorio y colonizador del Río de la Plata. En 1856 Beck decide trasladarse a la Confederación Argentina para fundar establecimientos agrícolas en la provincia de Santa Fe. (...)
Desembarcan en Buenos Aires el 14 de marzo de 1857. Permanecen poco tiempo. (...) Después la familia ‘se interna en el desierto’, vale decir remonta el Paraná a bordo de una goleta fletada para el viaje a Santa Fe y que se llama ‘El Rey David’. (...)
Unos isleños sirgadores remolcan a caballo al ‘Rey David’ desde la boca del Colastiné hasta el puerto de Santa Fe, donde desembarca la familia Beck-Bernard en los primeros días de abril. Santa Fe tiene en 1857 poco más de seis mil habitantes. Es el mismo pueblo de veinte, de treinta años atrás.

1853: La Santa Fe colonial: ¡Nos quedamos sin esclavos!

Por Lina Beck-Bernard

No podían ocultársele al general Urquiza las dificultades que ofrecía la manumisión de los esclavos restantes, y se propuso dar un corte definitivo a la cuestión, perjudicando gravemente a los propietarios. Fue así que ordenó la reunión de todos los esclavos en el Cabildo de Santa Fe, haciendo entregar a cada uno su acta de liberación con un pasaporte que le permitía embarcarse de inmediato en cualesquiera de los navíos anclados en el puerto... Tal medida tuvo el carácter de un “sálvese quien pueda”, general. Dama hubo, propietaria hasta esa mañana de treinta o cuarenta sirvientes, que se vio obligada por la noche a trabajar ella misma en la cocina para prepararse el sustento, y se dio el caso de algún estanciero en cuyas chacras trabajaban hasta cien esclavos, que se encontró solo y abandonado por sus peones, de un momento a otro. En pocas semanas los ganados invadieron los sembrados y arrasaron las plantaciones. Los propietarios abandonaron entonces las estancias y campos cercanos a la ciudad y los indios se aprovecharon para dar buena cuenta de todo. (...)
También se dieron casos (...) de recíprocos sacrificios.
Así, doña Carmelita L... no tenía sino una esclava cuando se produjo la resolución de Urquiza. Esta abandonó a su ama dejándole dos hijos muy pequeños. Para doña Carmelita, señora entrada en años y de salud quebrantada, la madre esclava significaba una ayuda y los pequeños una carga. Sin embargo, se encargó de la crianza de estos últimos, sin una queja, solícitamente, maternalmente, costeando el matenimiento de las criaturas con labores de aguja que hacía vender en la ciudad. Algunos años más tarde, ya vieja (...) fue cuidada con la mayor fidelidad por los dos hijos de la antigua esclava. La muchacha, Melitona, mulata blanca de una rara belleza, trabajaba de planchadora y su hermano de carpintero. Ambos llamaban El Ama a doña Carmelita (...)
Hubo otros esclavos que dejaron a sus amos y volvieron atormentados por los remordimientos algún tiempo después; entre esos arrepentidos se contaban mujeres que reaparecieron en casa de sus antiguos dueños al cabo de cinco o seis años con tres o cuatro rapaces, pidiendo ser reintegradas a la familia y protestando que las habían abandonado sus maridos. (...)
Para la mayoría de las familias, la liberación de los negros ha significado una completa ruina, agravada frecuentemente por la coincidencia de la vejez y las enfermedades. Conocemos varias personas ancianas y de noble ascendencia, que viven recluidas en sus casas antiguas, muy señoriales, pero ruinosas. (...)
Hasta ahora han podido subsistir vendiendo, una tras otra, sus lindas joyas antiguas, pero el día que se desprendan de la última perla y del último brillante para comprar el pan cotidiano, estas gentes, que no han obtenido compensación alguna por los sacrificios exigidos, se encontrarán en la más absoluta miseria.

Fuentes
“Cinco años en la Confederación Argentina, 1857-1862” de Lina Beck-Bernard, traduc. José Luis Busaniche, edición 1991, Talleres de la Imprenta Legislativa de Santa Fe.

Datos de Lina Beck-Bernard
(Fuente: “Estampas del pasado”, Solar/Hachette, de José Luis Busaniche, Bs As, 1971, pág. 522)

Agradecemos el generoso aporte de la escritora santafesina Sonia Catela.

 

Mario Vecchioli

Mario Vecchioli
(1903-1978)

"De la localidad santafesina de Sunchales, también población crecida con el aporte de la inmigración italiana, y descendiente directo de padres peninsulares, Mario Vecchioli, radicado posteriormente en la ciudad de Rafaela, dejó en sus Silvas Labriegas (1952) uno de los testimonios más profundo sobre la gesta de sus antepasados.
`Evocador espirituoso de una epopeya ingenuamente campesina, posee en sí la génesis y la apoteosis´, lo definió Lermo Rafael Balbi, al prologar la edición de sus Obras Completas (1981)
Componen su producción lírica los libros: Mensaje lírico (1946), Tiempo de amor (1948), La dama de las rosas (1950), Silvas labriegas (1952), De otros días (1970), El sueño casi imposible (1974), Rincón de tierra nuestra (1975) y Reiteración del hombre (1977)."

Fuente: Eugenio Castelli (Un Siglo de Literatura Santafesina)

Breve selección de sus obras:

A manera de prólogo.

Cuando los hombres usan un lenguaje
que poco tiene de cordial y humano;
cuando un desborde de pasiones ruge
y el odio crece como un mar airado;
cuando el recelo, el desamor, la intriga
muerden con duros dientes acerados,
y la mentira, el crimen, la violencia
llenan los días de un sabor amargo,
densas las sombras sobre el alma bajan,
todo se vuelve de un color opaco,
decae el ánimo, la fe vacila,
y se contrae el corazón, temblando.

Mientras de infamias y de horrores se habla,
yo escribo versos y a la vida canto.
Me inspira a ello el solidario impulso
de ennoblecer la sordidez del barro,
de derramar ensueños y esperanzas
sobre el dolor y la fatiga diarios,
y hacer que en todos un afán renazca,
generador de sentimientos claros.

Por eso canto al buen amor sencillo,
al regocijo del esfuerzo honrado,
a la amistad, la libertad, las puras
costumbres que los hombres olvidaron,
y al horizonte límpido que ignora
la pólvora, la sangre y el espanto,
y a la emoción sutil, maravillosa
que oigo latir en todo lo creado.
Porque yo entiendo que es misión del verso,
no ya colmar de amarga hiel el vaso,
sino infundir su generoso aliento
que abra senderos luminosos y anchos
y que en la noche de los días sea
igual que un cálido apretón de manos.

A eso aspira mi modesto libro
que, humildemente, entrego a mis hermanos.

Soledad.

Aquí, la soledad.
La sola soledad de mi alma sola.

¿Qué se hizo de tu voz
callada ahora?
¿Qué del jardín, sólo por ti fragante?
¿Qué del incendio de la rosa?

Allá, en algún país de tiempo,
llueven ajenjo las palabras rotas.
Y un horizonte musical se quiebra
en grutas melancólicas.
¿Tal vez tu voz, y con tu voz la mía,
aun vagan por sonoras costas,
más allá, más allá del infinito,
buscando siempre la perdida aurora?

Tu distancia arborece,
y hay ráfagas amargas que preotoñan
sobre el silencio donde amarilleas.
Densas circulan, ásperas, las sombras.
El ruedo del estío, naufragado,
ya al neblinoso corazón no torna.
Y una llovizna gris –sabor de nada-
se va detrás del párpado, incolora.

Vacío, soledad.
Una abismal ausencia se desploma,
desnuda de tu acento
y de tu forma.

Frente a la angustia, con la noche encima,
¡la sola soledad de mi alma sola!

Hermano mío, dulcemente hermano…

Hermano mío, dulcemente hermano;
Marzo promedia y, vertical, detalla,
entre caducos oros,
su escalofrío de primera tanda.

-Marzo es la luz que me inventó la vida;
el viento negro que acostó tus alas-

los cipreses hospedan a la tarde.
Un incoloro rezo de hojarascas
explica el sur, que viene
rememorando ramas.

Te nombro con inmóvil pensamiento.
Y me sabes a lágrimas.

No, ya no estás conmigo.
Ni están las voces de la antigua casa.
Nuestra rural y azul adolescencia
es polvo de fulgor que se me apaga
entre el hollín de la ciudad de Pórtland.

Sólo tu sombra amada
me lleva, todavía, por las cosas.
¡Sólo tu sombra amada!

Y es tu sangre ¡tu sangre!
la que me tañe sus campanas.

¡Oh! Aquél urgirme la canción distinta,
con labradores y fumantes chacras,
con tierra ruda y con vehementes soles.

En esta tarde amarga,
te escucho transcurrirme
sobre remotas ráfagas de alfalfa.
Corre una arisca libertad de potros.
Melódicos follajes de calandrias
describen el invicto
rubor de las auroras. Y en sumaria
conformidad agreste,
el niño triste del balido ensancha
su mansedumbre eglógica
por un aire de espigas y labranzas.

¡Oh! Hermano mío, dulcemente hermano:
esta es la tierra insobornable y santa.
La verde Oceanía
donde –frutados de infinita pausa-
papá y mamá nos nombras
en sembradura de última jornada.

Ahora que te has ido y te subsistes
en el alivio angélico del alma,
yo te la traigo. Con sus gringos sólidos
atropellando el alba.
Con sus muchachos de acerado temple,
sus rústicos patriarcas,
sus mujeres de arrullo y de coraje
partiendo a la fatiga cotidiana.

Que mi ternura te lo alcance todo,
campos, palomas, tolvaneras, Patria.
¡Ahora que te has ido, hermano, y que eres
también un poco más de tierra amada!

Canto al indio.

Saltó de la prehistoria,
elástico y alerta.
Irruyendo en afán de latitudes.

Fue el inca, el maya, el guaraní, el azteca,
el araucano, el patagón. ¡Fue el INDIO!

Torbellino de plumas y de flechas.
Hosca pupila montaraz de halcón.
Torva y arisca exhalación de selvas.

Venía desde el génesis.
Desde el espanto de la fría piedra
y el retorcido caos de raíces.
Estremeciendo las remotas eras
con su alarido bárbaro.

Monstruos de antigua fama primigenia
le chapoteaban el oscuro origen
de hirvientes légamos, rojizas gredas,
horripilantes saurios.
Y un infinito río de estridencias
–ráfagas cósmicas, oblicuos vientos,
desorbitado restallar de esferas-
le clamoreaban hordas de tambores
en su violenta conformación salvaje.

Cobrizo engendro de bravía tierra,
su insobornable estirpe de jaguares
vadeó los siglos ¡ebria
de alucinante libertad grandiosa!

Porque su envión no prefijaba metas,
chorreando estrépito y emplumado orgullo
cruzó los valles, la planicie inmensa,
trepó la ruta magistral del cóndor.

Y, erguido bronce en la más alta cresta,
¡atalayó los mundos
con ojos de epopeya!

Ahora, el génesis quedaba lejos:
antro de fósiles, brumosa cuenca.
Ya no se oía el estridor primario,
el zumbido espacial de los planetas.

Un tiempo de equilibrio
iba sin prisa, en inmersión de siesta,
apologando deslumbrantes ciclos
de intacta paz y organizada idea.

Hondos alientos, confluyen claros
al meridiano rojo de las venas.
Entre consubstanciados climas
de invicta primavera,
se oyen crecer los pueblos,
jadeantes de afanosa empresa.
Y un esplendor de templos
-ritos solares, dignidad de piedra-
alza el prestigio azul con que la vida
corre, armoniosa, y apacible sueña.

Feliz y libre en ese edén glorioso:
así lo miran las edades nuevas.
Mas ¡ay! que desde el mar los blancos
con su codicia llegan.

¡Es una aurora universal que surge,
pero es, también, la noche que comienza!
¿Cuándo, jamás, un invasor no afirma
su potestad en fórmulas violentas?
La tierra india,
para el intruso es conquistada tierra,
y única ley
la que él impone, férrea.

En turbulentas, tempestuosas olas,
sube del odio la áspera marea.
Ruge el jaguar. Las indomadas lanzas
se precipitan a la antigua senda.
¡Y se despierta, resonante, el llano!
¡Y estallan, rocas de clamor, las selvas!
¡Y un frenesí de sangre arde en las cumbres
bajando, torrencial, a las praderas!

Y pasa el huracán. –En la vorágine
de las edades, que en tumulto ruedan,
caído el indio,
torvo el silencio impera.

Y brillan y se apagan muchas lunas.
Y nada turba la quietud tremenda.
Pero la fuerte sangre derramada
bulle en la noche exánime de América.
Y en hervoroso fermentar revive
y corre y salta y rumorea.
Y es alarido que se enrolla al viento.
Y es chispa precursora de la hoguera.
¡Marejada de gloria que levanta
a todas las progenies de su tierra!

Túpac-Amaru no es tan sólo un nombre.
Caupolicán no es otro nombre, apenas.
Ni Lautaro es un mito.
Ni Atahualpa es leyenda.

Son lo esencial, lo elemental del hombre:
¡el ideal de libertad suprema,
que inmola mártires y encumbra héroes!,
la incorruptible llamarada eterna,
que está, de pie, en la sangre,
y en el solar de América
se nombra con el nombre de Miranda,
de Washington, de Artigas: con las épicas
proezas de Bolívar, Sucre, O´Higgins…

Son la razón que fervoriza y gesta
ese romántico aluvión de gauchos
que con Güemes irrumpe en la pelea.

¡Y son la cúspide inmortal del genio
que a San Martín lo lleva
más alto, más arriba de los cóndores!
¡Oh, canten los poetas!
Canten los hijos de esta tierra india,
al indio, precursor de la epopeya.
Y el Continente, en mármoles y bronces
su estampa esculpa, como ardiente tea
que a bien amar la libertad concite.

Y haya por fin una exaltada fecha
en que, vibrantes, los excelsos himnos
y el tremolar de las banderas

¡de todas las Repúblicas!
¡de tantas Patrias nuevas!

signen la gloria de la antigua raza
que –con su auténtica entereza-
plasmó, para los siglos,
¡el libertario espíritu de América!

Lejano pueblo mío, de mi infancia.

Ranchos de lata y perros hacia el este.
Al norte los tunales y la pampa.
Y un occidente gris de camposanto,
perdido entre esmeraldas.

¡Es un antiguo tiempo de la sangre
esta dulce provincia de mi infancia!

El pueblo estaba al sur. El pueblo
era un domingo de camisa blanca,
pañuelo perfumado
y el nudo maternal en la corbata.

Aldea de labriegos,
con mostradores de buen vino y grapa,
almacenes que olían a pimienta
y verdinegras zanjas
donde los sapos celebraban lluvias
en un idioma secular de gárgaras.

País de Liliput, al que se iba
con infantil curiosidad de chacra.

¿Cómo explicar aquellas tribus gringas,
vestidas de importancia?

¿Y esa tiesura grave,
tal vez con presunción de aristocracia?

Primero era la misa,
con su latín que nadie interpretaba.
Misa de rogativa de cosecha,
más que de amor a Dios y de alabanza.

Después, afuera, el sólito concilio.
Interminables, efusivas charlas,
con el virtuoso tema femenino
de encajes y de ropa almidonada.
Juegos y gritos del tropel de niños.
Dudosos secreteos de muchachas.
Sonrisas complacientes de las madres.
Y el viejo cura, con su cara santa,
remolineando de un corrillo a otro
la astuta inquisición de su sotana.

Los hombres, mientras tanto,
con firme empeño y en brillante carga,
ya habían conquistado las esquinas.
Y entre “toscanos”, cantos, carcajadas,
y cuentos de sabor que no se dice,
se echaban el boliche en la garganta.

¡Felicidad de gente laboriosa,
que un largo cuatro rumbos de volantas
desparramaba de regreso al campo!

Pueblo mío, de fábula.
Con sus baldíos de oxidados sunchos,
plaza de pencas y de fiestas patrias…

¡Es un antiguo tiempo de la sangre
esta dulce provincia de mi infancia!

Carlos Carlino

Carlos Carlino
(1910-1982)

"En 1940, este poeta originario de Oliveros, localidad ubicada en el sur de la provincia, y luego radicado en Rosario, publicaba su libro Poemas con labradores, donde expresa el amor a su patria, pero entroncándolo en lo que, en la formación de la misma, incidieron sus antepasados inmigrantes (sobre todo su abuelo y su padre).
En esas cuartetas de arte mayor (sostenidas por una métrica irregular y una rima casi inexistente, pero con un preciso ritmo interior), Carlino sintetiza la épica gringa apoyándose en tres valores esenciales: canto, sudor y lágrima. El primero, el canto, ejemplificándolo en su padre y en su voz mediterránea; el sudor como símbolo del esfuerzo denodado, visto en todos los labradores, pero esencialmente en su abuelo, quien se posesionó de la tierra con ternuras de novio, y la lágrima, resumida en la implacable acción de la muerte.
`La obra total de Carlos Carlino -señala Armando del Fabro, en su ensayo Carlos Carlino, poeta del hombre, del surco y del arado- está adherida a la tierra, las cosas, los hombres, los dolores, las plenitudes, la inquietud de la chacra y hasta la ausencia amarga del que se va a la urbe después de haber bebido las auras libres durante años, pesan en los libros del poeta santafesino con la impalpable presencia de una pasión y de una nostalgia...´
La principal creación literaria de Carlino se inicia en 1938 con Poemas de la tierra. Luego de Poemas con labradores (1940) publica La voz y la estrella y Poesía Litoral (1946). Otra de las facetas importantes de su escritura está en el género dramático, en que se destacó en el plano nacional, sobre todo con La biunda (1945) que en 1952 obtuviera el Premio Nacional de Teatro, y al año siguiente la Medalla de Oro de Argentores. Complementa su obra con ensayos, principalmente con el titulado Gauchos y gringos (1976)."

Fuente: Eugenio Castelli (Un Siglo de Literatura Santafesina)

José Pedroni

José Pedroni
(1899-1968)

"No escapa al conocimiento de nadie que el primer cantor de la epopeya gringa fue José Pedroni. En 1956, en el libro Monsieur Jaquin, reunía los poemas que en las décadas anteriores dedicara a Esperanza, su ciudad adoptiva, una de las primeras colonias agrarias de la provincia.
En el poema titulado La invasión gringa, registra en imágenes la llegada de los primeros contingentes de inmigrantes a Esperanza.
Sus obras principales son Monsieur Jaquin, Gracia Plena (1925), Cantos del hombre (1960), en las que cantó también a la vida placentera del campo y, sobre todo, a la maternidad, con claros ecos bíblicos. Este aspecto ha sido analizado con profundidad por Enrique M. Butti, en su ensayo Del nombrar y de los nombres.
Integran asimismo su producción poética los siguientes títulos: La gota de agua (1923), Poemas y palabras (1935), Diez mujeres (1937) El pan nuestro (1941), Nueve cantos (1944), La hoja voladora (1961) y El nivel y su lágrima (1963)."

Fuente: Eugenio Castelli (Un siglo de Literatura Santafesina)

Breve selección de sus obras:

Cuna.

Haz con tus propias manos
la cuna de tu hijo.
Que tu mujer te vea
cortar el paraíso.
Para colgar del techo,
como en los tiempos idos
que volverán un día.
Hazla como te digo.
Trabajarás de noche.
Que se oiga tu martillo.
-"Está haciendo la cuna"-
que diga tu vecino.
Alguna vez la sangre
te manchará el anillo.
Que tu mujer la enjuague.
Que manche su vestido.
Las noches serán blancas,
de columpiado pino.
Harás, según el árbol
la cuna de tu niño.
Para que tenga el sueño
en su oquedad de nido.
Para que tenga el ángel
en un oculto grillo.
La obra será tuya.
Verás que no es lo mismo.
Será como tus brazos
la cuna de tu hijo.
Se mecerá con aire.
Te acordarás del pino.
Dirás: -"Duerme en mi cuna".
Verás que no es lo mismo.

Maternidad.

He aquí que tu dulce palabra ha sido oída
cuando estaba, en la angustia, por no ser repetida.
En tu estupor, dichosa, te tocas sin querer,
y yo, venido a menos, no lo puedo creer.
¡Ah, tú!, bien que en su noche mi fe te entreveía
como la luz del día;
por algo, desde lejos, el viento del destino
me trajo a tu camino.
Yo dije: —Tengo el alma como una piedra dura,
y la piedra, arrojada, cayó en el agua pura.
Lo mismo hubiera sido
que cayera en el polvo del olvido...
¡Oh, no!, por algo grande tu corazón profundo
con toda mi tristeza me sentía en el mundo;
por algo que era santo mi vida fue esperada,
y la tuya, tan suave, para siempre entregada.
Desde que sé, oh amiga, que llevas el misterio,
tu nombre es la caricia de mi semblante serio;
del corazón me vienen palabras de alabanza,
y las manos me tiemblan ligeras de esperanza
-mis manos, como niños que ríen olvidados
después de haber llorado.
Pienso vivir en calma; deseo ser más justo;
quiero quererte siempre; y he aquí que otro gusto
le siento al pan del día, que no en vano se besa,
y al agua del aljibe, y al vino de tu mesa.
Tengo los ojos nuevos, y el corazón. Admiro
las cosas más humildes, y te miro y te miro
sin hablar.
¡Oh, todo por el hijo que tengo que esperar!
Esperar... Es tan dulce la espera acompañada
para quien, siempre solo, nunca ha esperado nada.
Todo en la casa es suave; todo en la casa es santo.
Tu canto, lento y fácil, es un sagrado canto.—
Hay un olor de espiga en mis libros leídos
y olor a santidad en tus vestidos—.
Tu andar, por lo que llevas, se ha vuelto silencioso.
Y en todo sitio dejas tu bienquerer ufano,
que se te pierde solo, como arena en la mano.
Oh, sepan los que sufren de lo que yo he sufrido,
cómo mi vida es mansa con lo que se ha cumplido;
cómo el milagro antiguo de Moisés y la roca
inesperadamente se repitió en mi boca;
porque en mi boca, amigos, esta palabra pura
es como el agua clara sobre la piedra oscura.
Oh, sepan los que tienen una tristeza vieja,
cómo el feliz anuncio desbarató mi queja,
y me dejó lo mismo que saco ceniciento
desempolvado al viento.
Oh, sepan los que llevan al cuello desventura,
cómo en un solo día se perdió mi amargura.
Oh, sepan cómo es fuerte mi mano apresurada,
que quiere hacerlo todo, sin saber hacer nada;
cómo mi voz es dulce, después que fue tan grave;
cómo mi amor es simple; cómo mi vida es suave...
Mujer: en un silencio que me sabrá a ternura
durante nueve lunas crecerá tu cintura;
y en el mes de la siega tendrás color de espiga,
vestirás simplemente y andarás con fatiga.—
El hueco de tu almohada tendrá un olor a nido,
y a vino derramado nuestro mantel tendido.—
Si mi mano te toca,
tu voz, con la vergüenza, se romperá en tu boca
lo mismo que una copa.
El cielo de tus ojos será un cielo nublado.
Tu cuerpo todo entero, como un vaso rajado
que pierde un agua limpia. Tu mirada un rocío.
Tu sonrisa la sombra de un pájaro en el río.
Y un día, un dulce día, quizá un día de fiesta
para el hombre de pala y la mujer de cesta;
el día que las madres y las recién casadas
vienen por los caminos a las misas cantadas;
el día que la moza luce su cara fresca,
y el cargador no carga, y el pescador no pesca...—
tal vez el sol deslumbre; quizá la luna grata
tenga catorce noches y espolvoree plata
sobre la paz del monte; tal vez en el villaje
llueva calladamente; quizá yo esté de viaje...—
Un día, un dulce día, con manso sufrimiento,
te romperás cargada como una rama al viento.
Y será el regocijo
de besarte las manos, y de hallar en el hijo
tu misma frente simple, tu boca, tu mirada,
y un poco de mis ojos, un poco, casi nada...

Puerta.

El hombre y la mujer frente a la buena tierra,
tierra de Santa Fe: la puerta de la tierra.
El hombre y la mujer que ya en la tierra entran;
la mujer con su miedo y el hombre con su fuerza.
El hombre y la mujer sobre la tierra nueva.
El hombre que en el puño la levanta y la alienta.
La mujer que en la mano del hombre la contempla;
la mujer que en la mano, como a una igual, la tienta.
Hombre y mujer mirándose para decirse: “¡Nuestra!”

El hombre y la mujer bajo las ramas negras.
El hombre desmontando para encontrar la tierra.
La voz de la paloma que al hombre desconcierta.
La voz de la calandria que a la mujer alegra.

El hombre con el hacha para encontrar la tierra.
La mujer con el agua para que el hombre beba.

El pie del hombre que ara señalado en la gleba.
El pie de la mujer sobre la blanda hierba.
Del pie del hombre el trigo, la liebre, la culebra.
Del pie de la mujer el pájaro que vuela…
Vuela cantando el pájaro del color de la tierra.

Indio.

Quien ordenó la carga del arado
ordenaba tu muerte el mismo día.
Ella tuvo lugar junto al Salado
con paloma y calandria, a mano fría.

No te valió tu entrega de venado
frente al duro invasor que te temía.
No te valió tu miel de despojado.
Sólo la dulce espiga te quería.

Descendiente de gringo y su pecado,
por cementerio de tu alfarería,
a lo largo del río voy callado.

La culpa de tu muerte es culpa mía.
Indio, dime que soy tu perdonado
por el trigo inocente que nacía.

La trilladora.

Ahora la niñez es de avión por el cielo.
La mía fue de nube. No cambio mi recuerdo.

Aquel rancho, aquel árbol, aquel trigal inmenso,
aquella trilladora que atravesaba el pueblo.

Ahora la niñez es de coche en el viento.
La mía fue de pájaro sobre caballo suelto.

Aquel carro, aquel árbol, aquel poste de hornero
con música en el alma… No cambio mi recuerdo.

Ahora la niñez es de fulgor eléctrico.
La mía fue de lámpara y de luna naciendo.

Aquel poste, aquel árbol, aquel arroyo lento
con ángel en la orilla… No cambio mi recuerdo.

Todo está en el ayer como si fuera un cuento.
“La trilladora” llámase, y no tiene regreso.

Dormía nueve meses y despertaba al décimo.
Iba de parva en parva desde noviembre a enero.

Hundiendo alcantarillas y soplando del suelo
-vidrio pulverizado- bandadas de jilgueros.

¡Qué dulce era su canto de sirena, a lo lejos!
Enamoraba al hombre e invitaba al ensueño.

Se perdió en la llanura con su motor de fuego,
su vagón, su casilla, su carrito aguatero.

Un niño la seguía con paloma, y no ha vuelto.
Era callado, triste… No cambio mi recuerdo.

 

José Cibils

José Cibils
(1866-1919)

"En el plano lírico, le temática aflora con el poeta santafesino -entrerriano por nacimiento- José Cibils. En su obra poética: Crisálidas (1895), Flores nativas (1903), Laureles (1905), Ondas de luz (1909), Aureas de salud (1915) y La canción ideal - Brillazones (póstuma, 1921), hay algunas imágenes lírico descriptivas de la pampa en las que se percibe, por una parte, la nostalgia por la paulatina desaparición de la romántica imagen del gaucho, pero, a la vez, engarzadas en una mirada hacia el campo agrícola que progresivamente va formándose bajo la mano del colono inmigrante, al que el poeta destaca como símbolo del progreso y de la transformación social.
Como lo señalan Graciela Fracchia de Cocco y Osvaldo Raúl Valli, en la Nueva Enciclopedia de la Provincia de Santa Fe, José Cibils `le cantó a su suelo: sus versos revelan sus propios ideales y los de su época, proyectados en la imagen venturosa del porvenir soñado para su espacio de pertenencia´".

Fuente: Eugenio Castelli (Un Siglo de Literatura Santafesina)