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Literatura Santafesina

Memorias del General José María Paz

El general Paz preso en Santa Fe*
Selección de fragmentos de sus memorias
: Sonia Catela

-“A la noche llegamos al Sauce, primer lugar habitado de la provincia de Santa Fe, y a diez leguas de la capital. Es una población de indios abipones reducidos. Continuamos nuestra marcha y habiendo pasado en canoas el paso a Santo Tomé, en el Salado, que estaba extraordinariamente crecido, llegamos a las 4 de la tarde a Santa Fe” (p.221)
“Qué mutación tan violenta la de mi estado… del poder a la dependencia más absoluta (p.223)

-“Fui recibido por el ayudante Oroño, que regenteaba el edificio conocido por la Aduana, que está también la Casa de Gobierno, y que sirve al mismo tiempo de cárcel, de cuartel, de depósito de indios e indias, de almacén, parque, proveeduría, etc. (p.222)

-“Larrachea ejercía el gobierno por delegación de Estanislao López, no siendo, en propiedad más que secretario; las resoluciones gubernativas las autorizaba entonces Juan Maciel, que era ministro interino, y el cual no obstante de esta pomposa investidura tenía que venir todas las mañanas bien temprano a barrer personalmente la sala del despacho, (…) fregar los candeleros que habían servido la noche anterior y acomodar esos utensilios, para entrar enseguida en sus funciones ministeriales.
Domingo Cullen era el alma de todo y me expresó francamente que él dirigía la política del Gobierno y que influía en López exclusivamente”. (p.229)

-“El domingo 30 de octubre por la mañana entró a mi habitación el criado que me servía para decirme que acababa de oír que muchos de los presos que habían ido en la goleta “Uruguay” habían sido fusilados en San Nicolás; efectivamente, así había sucedido. (…) Todos ellos habían sido arrestados en Córdoba hacía cinco meses, habiendo sido conducidos desde allí a Santa Fe y luego a San Nicolás, muchos con gruesas barras de grillos y todos sufriendo las incomodidades de una rigurosa prisión. (…) El 28 de octubre de 1832 fueron fusilados del modo más cruel en la ciudad de San Nicolás diez oficiales o ciudadanos distinguidos, y otros dos, conducidos al pueblo de Salto, sufrieron la misma pena. Ésta se perpetró sin forma alguna de juicio, sin que se oyese descargo a los acusados y sin que sospechasen su sacrificio hasta el momento de verificarse. Una simple orden reservada de Rosas al comandante Ravelo, de San Nicolás, los llevó al suplicio en cuatro horas de término. (…) Orden de
Rosas, subalterno de López, por cuanto López era general en Jefe de la dicha confederación”. (p.234-235)

-“Así es que me decía en Santa Fe un joven de las primeras familias (don Francisco Latorre) que me hacía de centinela: “Nuestro gobernador es muy bueno, pues jamás ha fusilado a nadie por criminal que haya sido, excepto el comandante Ovando que fue ejecutado en medio de este patio (y me señalaba el lugar)… (p.235)

-“Pasé muchos meses amargos. (…) La lectura era mi sola distracción pero era dificilísima en un país donde se carece de libros; es portentosa la falta que hay de ellos; sólo puede explicarse por la total
desaplicación que reinaba en todas las clases. A imitación de don Estanislao López, todos llevan una vida medio salvaje y puramente material; lo que es raciocinio y entretenimiento intelectual estaba desterrado de aquella ciudad. (Otoño e invierno del año 33). (p.240)

-“…el teniente Freire, sobrino del gobernador, fusilado el año 40, por don Juan Pablo López, por partidario de nuestra causa ...Francisco Solano Cabrera, fusilado más tarde bárbaramente en los Santos Lugares… Aquel famoso Zeballos, que boleó mi caballo cuando fui hecho prisionero y a quien fusilaron los Reinafé”… (p.237, 241, 261)

-“Se acostumbra aplicar azotes a algunos facinerosos, principalmente a los ladrones cuatreros o de vacas (…) y la madrugada era siempre la hora de estas ejecuciones. El modo consistía en amarrarlos a la reja de una ventana, de muchas que tiene el edificio que se llama Aduana, y allí, al tiempo que el tambor tocaba diana, aplicarles dicho castigo (…) precisamente las que cuadraban debajo de la habitación mía, de modo que yo participarse, en cierto modo, del castigo que se infligía a los ladrones; (…) era horrible (…) el infernal ruido que hacían los golpes del látigo, los gritos del paciente, las cajas y la algazara de los ejecutores”. (p.244)
-“En la mañana del 13 de octubre, si no me engaño, del año en que va mi relación, que es el ‘33, luego que quitaron los cerrojos de mi calabozo, el muchachito que me servía y a quien yo pagaba para ello, entró despavorido para decirme que la indiada ha acometido las quintas inmediatas causando una mortandad horrorosa; que las gentes de los suburbios corrían en tropas a refugiarse en el centro de la ciudad y que el Gobernador había venido a la Aduana y se preparaba a salir con fuerza para resistirles. (…) Yo mismo alcancé a ver por una ventanilla de un cuarto inmediato al mío que daba al campo, mujeres que corrían con sus atados, en que llevaban lo más precioso que tenían para salvarlo. La Aduana había salido de su habitual quietud; no se veían sino hombres armados que
salían de los almacenes, que al efecto se habían abierto. Regularmente era esa la manera de expedicionar que tenía López. Cuando era urgente preparar una fuerza, ocurrían por armas los gauchos voluntarios, de que se hacía seguir y se las daban sin cuenta ni razón”. (p.245)
-“López (…) empezó a hacer personalmente algunas incursiones en el Chaco, más o menos como las que los indios hacen en los poblados. De allí que se trajeron algunas docenas de indias con muy pocos indios, porque los demás habían sido muertos. A dichas indias se las depositó en la Aduana, receptáculo de cuanto hay de más opuesto. Allí tenían un salón bajo, sumamente inmundo, donde se las encerraba por la noche, dejándolas todo el día vagar por el patio; su vestido no era otro que una jerga o un pedazo de cuero envuelto que les cubría desde la cintura hasta las rodillas, presentando de ese modo la Casa de Gobierno el espectáculo más asqueroso y chocante. Pero él servía algunas veces de recreo a S.E. el Gobernador. En varias ocasiones lo vi salir a la baranda para presenciar escenas de pugilato que representaban las chinas, saliendo de dos en dos como en un duelo y dándose con el mayor encarnizamiento sendos golpes de puño en el pecho y en el rostro hasta cubrirse de sangre y quedar bien estropeadas; cuando esto sucedía, las contendientes acortaban su
chiripá, de modo que sólo ocultaba la parte del cuerpo que hay desde la cintura hasta más arriba de la rodilla; cuando S.E. había gozado del placer que le ofrecían estos gladiadores de nuevo género, tiraba una peseta a la india más vigorosa y se retiraba muy satisfecho. (…) y alguna vez una contendiente dejaba escapar el chiripá porque con los golpes y contorsiones se reventaba la correa que lo sostenía y quedaba completamente desnuda. entonces se dejaban oír los estruendosos aplausos y subía de punto la alegría. He sido testigo ocular de estas y otras escenas semejantes, que por de poco gusto que fuesen, hacían un paréntesis a la insoportable monotonía de mi vida”. (p.246)
-“Un domingo por la mañana alcancé a ver un indio con una gruesa barra de fierro, a quien encerraban en la Alcancía, que era un cuartito de algunos pies que quedaba debajo de la escalera principal y cuya puerta alcanzaba a ver desde mi calabozo. Otros dos robustos salvajes, cuya fisonomía y ademanes manifestaban suma consternación, fueron conducidos sin prisiones al corredor alto y luego al cuarto del ayudante, adonde vi entrar al cura de la ciudad, doctor Amenábar. La venida de un sacerdote, la preparación de una fuente de agua, la compostura y solemnidad que daban a la ceremonia los pocos actores que intervenían, me hizo creer que se trataba de un acto religioso. Efectivamente era así; los indios fueron bautizados para ser entregados a la muerte ese mismo día. Como a las cuatro de la tarde se presentó una partida de los indios del Sauce a la puerta de la Aduana, de los que yo mismo vi tres o cuatro que entraron al patio, a la que fueron entregados los tres indios bautizados recientemente. La partida se marchó y luego que pasó el Salado lanceó sin
cumplimientos a los dos indios que no llevaban prisiones, reservando el de los grillos (…) que fue entregado a las indias mujeres y muy particularmente a la venganza de la india cuyo padre había muerto a manos del padre del que se iba a sacrificar. (…) Ellas aseguraron al desgraciado fuertemente a un poste, lo hincaron primero con agujas y puntas de fierro, le cortaron vivo las orejas y las narices, lo castraron y martirizaron sin piedad hasta que murió en horribles tormentos. (…) Lo
admirable es que este hecho público, de entera notoriedad, no excitaba horror ni produjo censura, ni el menor signo de reprobación, al menos entre la gente con quien yo trataba, que eran los militares. Después he hablado con personas que pertenecían a una clase más distinguida y he tenido motivos de creer que tampoco a ellos les hizo desagradable sensación (p.248-9)
-“Ladrones: avisados que esa noche era la destinada (…) para el robo, se mandaron emboscar dos partidas en los sitios convenientes, de modo que no pudieran escapar los ladrones, o mejor diremos, Verón, que era el único al que querían sacrificar, acaso porque era forastero (correntino). Viéndose éste sentido huyó y dio con una de las partidas que mandaba el juez civil don Urbano Iriondo, la que lo hirió, capturó y amarró fuertemente; en ese estado se hallaba cuando llegó el ayudante José Manuel Echagüe, el cual sacando entonces su espada, lo atravesó en varias partes hasta concluirlo. Al día siguiente estaba el cadáver en los portales del Cabildo a la expectación pública. (…) Echagüe ocupaba un lugar distinguido: pertenecía a una de las primeras familias, era de lo más adelantado en maneras y cultura (…) Pues este mismo Echagüe me refirió, sin el menor empacho y más bien con el
tono de jactancia, (…) lo que había cometido, contentándose con añadir que lo había hecho porque conoció que ésa era la voluntad de López. (p.250)

-“Era domingo 6 de abril del ‘34, día de Pentecostés. Serían como las cuatro de la tarde y el ayudante Echagüe que acababa de entrar al patio de la Aduana trayendo dos manos humanas frescas aún, de alguno que acababa de morir, y a quien se las habían cortado; estas manos eran de un indio a quien habían muerto ese día y las traía con el (...) pretexto de preguntar a las indias si conocían por las manos al que las había llevado en vida. (...) Con el mismo fin vi otra vez pasear por el patio de la Aduana una cabeza que acababa de ser cortada a otro indio que traía un joven por los cabellos al que seguía una larga comitiva de muchachos ((p.253-54)

-“Mi madre estuvo con López después de que salió de mi celda y nada agradable o consolatorio le dijo. El gaucho hacía alarde de su incivilidad con las señoras sin embargo que era uno de los hombres más disolutos que pueden darse, atendida su edad, su posición social y su estado, pero en lo común, con las de la última plebe, y más que todo, las indias, los ídolos ante quienes quemaba sus inciensos. (p.255)

-“Algunos meses antes de marzo del ´35, a eso de la medianoche, que era bien oscura, en una pequeña azotea que quedaba en el ala opuesta del patio a la que yo habitaba se oyeron unos quejidos tan penetrantes y dolorosos acompañados de algunas expresiones suplicatorias que no me
quedó duda que eran de alguna persona a quien le daban la cuestión del tormento. Por el modo de expresarse y por la familiaridad con que el doliente trataba al ayudante ejecutor a quien tuteaba, inferí que era persona de distinción. Después de algunos minutos de tortura, cuando el paciente decía que ya iba a declarar, cesaba el tormento y los lamentos, a los que sucedía un murmullo que no podía entender; más luego volvía a sufrir la víctima y empezaba otra vez a quejarse amargamente. Duraría esta escena de horror tres cuartos de hora, pasados los cuales, todo quedó en silencio, y no oí más ruido que abrir y cerrar puertas, por varias veces, sin que por esa noche pudiese adelantar nada sobre el asunto. A la mañana siguiente, supe que la víctima había sido don Clemente Zañudo, (más tarde asesinado en Buenos Aires por la mazorca) joven distinguido de Santa Fe y la causa de su martirio fue la siguiente:  Habiendo concluido el término legal del gobierno de López se trataba de
la elección o mejor dicho de la reelección, porque era sabido que ningún otro sería gobernador, sino él; aquel año se le ocurrió renunciar el nombramiento después que fue reelecto; la Sala de Representantes insistió, y él se empeñaba en rehusar, lo que causó alguna indecisión y embarazo. En estos momentos aparece un pasquín apostrofando a los Representantes de hombres pusilánimes e irresolutos, y diciéndoles que eligiesen otro, pues había muchos santafesinos dignos y capaces de obtener el gobierno. Aquí fue Troya. El hipócrita mandón montó en furor, y en su frenético delirio se le ocurrió que Zañudo debía por los menos saber quién era el autor del pasquín. Se le llama, se le interroga, niega, se le amenaza y no se tiene mejor resultado; entonces enlazando sus dos puños en una cuerda corrediza sobre una viga que está en lo alto, se le suspende hasta quedar su cuerpo en el aire, gravitando con todo su peso en los puños y en la cuerda. Cada vez más se va haciendo más intolerable esta posición, hasta que le causa acerbos dolores y casi le disloca los brazos. Las interrupciones que yo notaba, provenían de que en lo más agudo de sufrimiento ofrecía hacer revelaciones de lo mismo que ignoraba, y entonces se aflojaba la cuerda y se le permitía hacer pie; mas cerciorado López, que en persona presidía la ejecución, de que nada adelantaba, volvía a empezar la tortura. Al día siguiente, el Zañudo y don V. Francisco Benítez tuvieron orden de salir de la provincia y se fueron a Buenos Aires, donde el primero, seis años después, halló una muerte trágica”. (p.262)

………..
*El general José María Paz cayó prisionero de las fuerzas de los Reinafé, aliados de Estanislao López, el 10 de mayo de 1831, en la provincia de Córdoba. Se lo trasladó a la ciudad de Santa Fe, donde vivió un cautiverio de cuatro años; trasladado a Luján permaneció preso otros cuatro años más.

1 comentario

José m. chioccarello -

Creo que las memorias del Manco son un documento fundamental para el conocimiento de nuestra historia, es un desperdicio que no se difundan como corresponde.